50 años

Un 10 de abril solitario. Sin compañía. Lo que suponía ser un gran festejo con decenas de personas pasó a ser solo un almuerzo para los agasajados. Los invitados iban “hasta el portón”. Un saludito con el codo, tan tradicional en estos días, algunas palabras de felicitación y listo. Era algo más que nada formal. Aunque ellos estaban tan hambrientos de un abrazo de oso.
Una torta al desayuno y nada más. Ya acostumbrados a vivir enjaulados entre las cuatro paredes, en este día tan especial y extraño se permitieron una salida al aire libre. La depresión y los problemas de vista casi se hacen presentes, pero una caminata alivió por un rato la tradicional soledad de cuarentena.
Luego del pollo con papas al horno del mediodía, el abuelo observó la foto de aquel momento. Se encuentra en el mueble del living. Es el único retrato viviente de ese día. Le pasa un trapito seco, porque tierra es lo que le sobra a este pequeño cuadro. Se sientan en el sillón a deleitarse con las memorias e historias de esa tarde otoñal.
Era una tarde fría. Uno de los últimos días en Chile. Dos jóvenes laburantes que emigraron al Alto Valle rionegrino allá por 1970. Los dos sin sus canas características, con un rostro serio que no remarcaba lo que ellos sentían. Todo blanco y negro.
- Esta fue la única foto que salió bien, porque unas salieron borrosas y en otras yo salí feo. Casi se nos pierde varias veces. Una vez casi la tiramos a la basura sin querer, y otra en la mudanza para Roca.
Esa camisa del abuelo, después de este día festivo, la usaba para trabajar. Es claro que poco le duro, si mencionamos que este hombre desde los 16 años es plomero. El pantalón, que era un jeans, lo debieron vender en una feria, para poder viajar hasta Roca.
La abuela todavía tiene en el placard ese vestido que utilizó en la boda, común y corriente, pero con una historia que permanece intacta en esos retazos. Se lo coloca de vez en cuando, para que no pierda su calidad. Blanco, con algunos tonos de amarillos, ya gastados por el tiempo. Los zapatos se los regaló a una de sus hijas, que los perdió en una mudanza.
- Me lo regaló mi mamá. Lo compramos en la única tienda que había en Los Lagos. Ahora no me entra porque antes tenía cintura, y ahora lo que tengo es sopaipilla con mucho mate.
Hay demasiadas similitudes entre estos dos días históricos. Gente a cuentagotas, escasos regalos, unas mínimas fotografías y el amor que ellos se tienen desde el primer día. Aquel día también fue un almuerzo con pocas presencias, debido al bajo presupuesto. El cordero fue el manjar de esa mesa familiar, que gozaba de felicidad por esta nueva unión.
Unos abrazos, un agarrón de manos, algunas pocas lágrimas y a seguir. Luego de unos minutos, los dos se levantan porque tienen que seguir con sus actividades cotidianas. La abuela, a lavar los pocos platos que hay en la mesa, y el abuelo a dormirse la siesta de 2 horas.